La percepción del tiempo y el espacio en la virtualidad de la comunicación

Por José Antonio Ulloa Cueva (*)

 

Dicen que la realidad no existe, y que lo que conocemos como realidad es resultado de nuestra percepción. El mundo es como lo percibimos y nuestra capacidad perceptiva está sujeta -y muchas veces condicionada- a factores que determinan nuestro concepto de las cosas, de las personas, del tiempo y del espacio. Nuestras relaciones sociales, los procesos de culturización, los avances tecnológicos y el consumo de contenidos de los medios de comunicación son parte de esos factores que nos han llevado a generar procesos de aprendizaje social que nos movilizan culturalmente. 

 

En el transcurrir de nuestras vidas entramos y salimos permanentemente de esferas sociales en donde se nos enseña a aprovechar y a aquilatar cada experiencia. En esa senda formamos redes con nuestros pares y, según la intensidad de nuestros intereses, fortalecemos ese tejido con la finalidad de aprender a existir en un mundo que reinventamos constantemente. La familia, la escuela, el barrio, la empresa, las organizaciones en general son esos escenarios de la sociedad en los que transformamos la cultura, la nuestra, la que nos apropiamos, la que nos influye, la que nos envuelve, con la que nos identificamos. 

 

León Trahtemberg (1995) indica que hay que entender que “aprendizaje y enseñanza se fusionan y se transforman en “hiperaprendizaje”. Ya no se piensa en ésta como “educación o capacitación”. Allí no hay ‘escuela’, y el aprendizaje no está confinado al aula escolar. Éste se da en todos los ambientes y actividades sociales que incluyen el trabajo, el entretenimiento, o la vida doméstica, todo lo cual ocurre fuera de la escuela”. 

 

En ese sentido, mucho de lo que pasa fuera de la escuela y que atraviesa la vida de las personas, especialmente niños y adolescentes, se da en los medios de comunicación, fundamentalmente los audiovisuales y con mayor fuerza los que se mueven en las plataformas virtuales del internet. Estas tecnologías –no tan nuevas, o, en todo caso, siempre renovables y mutables- han sido determinante en los últimos tiempos para la formación de nuestro concepto del mundo. A decir de Carlos Scolari (2008), “Las tecnologías no sólo transforman al mundo sino que también influyen en la percepción que los sujetos tienen de ese mundo”. 

 

Scolari (2008) cita a a Mihalache para explicar cómo nuestra percepción de territorio y de época han ido mutando: 

 

“Un sitio web no es simplemente un punto en el espacio, sino una síntesis temporal-espacial que podemos llamar un “lugar”. Un lugar es un espacio más su experiencia […]” (2002:297). El encuentro entre ese lugar y una subjetividad genera un evento, o sea, una secuencia de movimientos significantes.” 

 

Hoy, la comunicación no es lineal pues el acceso a la información se da de manera fragmentada frente a múltiples pantallas que convergen e interactúan con la persona. Hoy nos enteramos de los hechos más importantes del mundo haciendo un click en nuestro Smartphone, a través del cual accedemos a Internet y revisamos las versiones digitales de los principales diarios del mundo. Desde allí empezamos a desplazarnos a otras plataformas que nos permiten profundizar o diversificar la información de nuestro interés. Un dato nos lleva a otro hipervinculando escenarios en el Ciberespacio. Pasamos del diario al canal web, del blog a la radio on line, del Facebook al Twitter, del consumo de mensajes a la producción de contenidos.

 

No es necesario estar en un determinado lugar o en un momento específico para interactuar, la aldea global que visionaba McLuhan se efectiviza como una sociedad en red, como lo planteaba Castells, en donde la desterritorialización, la desmaterialización y la destemporalización marcan la pauta de toda transacción social, económica y cultural.

 

“La comunicación a través del ordenador hace posible el diálogo en tiempo real, uniendo a la gente en torno a sus intereses, en una charla escrita interactiva y multilateral. Pueden superarse fácilmente las respuestas de tiempo diferido, ya que las nuevas tecnologías de la comunicación proporcionan un sentido de inmediatez que conquista las barreras temporales.” (Castells, 1996)

 

Pedroza (2001) cita Giddens para explicar el concepto de “desenclave” como “el proceso por el que las relaciones sociales se erradican de sus circunstancias locales y recombinan a lo largo de extensiones indefinidas de espacio y tiempo”, y prefiere hablar de una “re-territorialización con nuevas maneras de formar comunidades”  en donde los medios de comunicación, como redes de información organizados en las industrias culturales, “necesitan ser estudiados con nuevas herramientas teóricas, nuevos conceptos de tiempo y espacio  para intentar aproximarnos al entendimiento de los fenómenos de la cultura global”.  

 

Unas de las características de los tiempos actuales son, sin duda, la virtualidad y el acelerado tráfico de información. ¿Qué tanto han cambiado las dinámicas sociales a partir de las nuevas percepciones que tenemos? Todos viven acelerados y van de un lado a otro, y la única forma de estar conectados al mundo es a través de los dispositivos móviles, herramientas que permiten estar en varios lugares a la vez, relacionarse con varias personas en diversos lugares del mundo. 

 

Pierre Lévy (1999) es claro en indicar que “lo virtual no se opone a lo real, sino a lo actual”. Así, la virtualización es la dimensión establecida de lo que está por venir, de lo posible, más allá de una ilusión intangible, es lo tangiblemente posible. “Lo virtual, en un sentido estricto, tiene poca afinidad con lo falso, lo ilusorio o lo imaginario. Lo virtual no es, en modo alguno, lo opuesto a lo real, sino una forma de ser fecunda y potente que favorece los procesos de creación, abre horizontes, cava pozos llenos de sentido bajo la superficialidad de la presencia física inmediata.” 

 

Esto fortalece la idea de destemporalización de la que hablamos, pues vivimos en un mundo que se reconstruye segundo a segundo, donde lo único permanente es el cambio. Pero, mejor aún, esta transformación virtual en donde todo es posible, se da de manera colaborativa con audiencias mucho más activas y más participativas, no por ello necesariamente críticas. 

 

Para Lara (2005), “los weblogs, así como la educación, son por su propia naturaleza procesos de comunicación, de socialización y de construcción del conocimiento”. Nerieda López y Patricia Gonzáles (2014) agregan que “el conocimiento se construye aquí de abajo hacia arriba, porque el alumno participa en un proyecto global, abierto y colaborativo. Aunque los blogs no garantizan la eficacia educativa por el mero hecho de utilizarlos, su transparencia puede contribuir a ello.” 

 

Estos aires de modernidad ciertamente presionan a las nuevas generaciones para estar conectados, a ser parte de realidades virtuales y de estar transportándose (siempre virtualmente) por diversas esferas. María Teresa Quiroz (2004) menciona que Marshall Berman define la modernidad como una experiencia humana “del espacio y del tiempo, de uno mismo y de los otros, y de las posibilidades y peligros que entraña la vida”: 

 

“Ser modernos es encontrarnos en un medio que nos promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo y que, simultáneamente amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los ambientes y experiencias modernos atraviesan las fronteras geográficas y étnicas, de clase y nacionalidad, de religión e ideología. En ese sentido puede decirse que la modernidad une a toda la humanidad. Pero se trata d una unidad paradojal, unión en la diferencia. Nos arrastra a todos en una corriente de perpetua desintegración y renovación, de lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser moderno es ser parte de un universo en el cual, como dijo Marx, ‘todo lo sólido se desvanece en el aire’. (Marshall, 1988). 

 

Los niños y adolescentes adoptan muy fácilmente las tecnologías de la información, pues están rodeados de aparatos a los que se aproximan muchas veces empujados por los padres de familia. Su contacto con la televisión (que en muchos casos ya es una extensión del computador, si no lo es en sí mismo), las tablets, los teléfonos celulares (que cada vez menos se utilizan para hablar, pues son usados para otras formas de intercambiar información: SMS, Chat, posts, archivos de voz) es permanente y dependiente. 

 

Scolari (2008) menciona que: 

 

“A esta experiencia subjetiva de aceleración se le debe agregar una fragmentación concreta de las comunicaciones. Ahora nos comunicamos más pero con mensajes más breves. Según Green nace un Nuevo tiempo, la temporalidad móvil (mobile temporality), que se caracteriza por el incremento en la cantidad de mensajes (SMS, e-mails, posts) pero de menor duración. Esto genera un sentido subjetivo de fragmentación y velocidad tanto en fase de producción como en la de consumo comunicacional. Sin embargo, la brevedad de las comunicaciones no implica una reducción del tiempo dedicado a comunicar.” 

 

Estas nuevas formas de comunicación son el soporte de la construcción de un nuevo orden cultural en el que el ser humano resignifica el tiempo y el espacio, recompone lo virtual, lo real y lo actual, y reacomoda sus vínculos (lineales y no lineales) con su entorno. 

 

Lévy (1999) explica: 

 

“Desde el momento en que entran en juego la subjetividad, la significación y la pertenencia, ya no es posible seguir pensando en una sola extensión o una cronología uniforme, si no en una multitud […] de tipos de espacialidad y de duración. Cada forma de vida inventa su mundo (…) y con este mundo, un espacio y un tiempo específicos. El universo cultural, propio del ser humano, extiende aún más esta variabilidad de los espacios y las temporalidades”. 

 

Pedroza (2001) considera que este nuevo orden de producción y acumulación de información es controlado por grandes corporaciones que crean la idea de un tiempo que rompe las barreras de los horarios para dar paso a una simultaneidad “para los grupos humanos que ahora se pueden enlazar en el mismo instante” y que la vez propicia “el encuentro de personas que no pueden coincidir”. En esa lógica, también el territorio y las fronteras adquieren una nueva forma de construcción simbólica en la que “lo próximo puede estar geográficamente muy distante, pero la relación entre personas es muy cercana”.

 

Como hemos visto, en este nuevo escenario de la virtualidad, la distancia y el tiempo adquieren una nueva dimensión, los concebimos y valoramos de manera distinta. Nuestra percepción del mundo, por tanto, muta a pasos cada vez más próximos, mientras cada vez más personas están permanentemente conectadas, a través de múltiples aparatos, a otras varias personas a la vez, rompiendo las barreras del tiempo y el espacio. Cabe reflexionar sobre si esa mutación es deshumanizante o no. Aun así, lo paradójico de la tecnología es que te acerca a las personas que tienes lejos y te aleja de las personas que están cerca.

 

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(*) Director del Centro Latinoamericano de Investigación en Arte y Comunicación – CLIAC. Docente de Ciencias de la Comunicación de la Universidad César Vallejo y de la Universidad Católica de Trujillo.

 

Contenido > Boletín Communicare Año 03 / Nro. 10 (Abril - Junio, 2015)